lunes, 26 de julio de 2010

¡Si Badila levantara la cabeza.....!

Debo reconocer que cierto morbo me producía el hecho de acudir a la corrida de La Quinta, y no por esperar nada malo, ni por desear "fatiguitas" a los lidiadores, sino porque esperaba ver un espectáculo diferente al uso de los actuales, una lidia más a la antigua, una sensación de peligro latente y de dominio del hombre sobre el toro. En definitiva: un espectáculo digno de toros y toreros, antítesis de los pegapases, del destoreo, del perri-toro. Y no me defraudó, aunque también es justo decir que esperaba un poco más de lo que ví.

Y lo que ví se resume en unos toros correctamente presentados, con hechuras en el tipo de la casa, con sus kilos justos, sus cabezas astifinas, con trapío suficiente para desmontar la fantasía del anti-toro, del buey pasado de peso que no puede con su alma. Y estos animales no necesitaban más, eran preciosos y el buen aficionado no debe exigir otra cosa, porque sacar a los toros de tipo respecto a su morfología no ayuda a la fiesta. ¿De que sirve un torazo, por mucha cara que tenga, por muchos kilos que arrastre, si se ahoga al segundo muletazo?. ¿No es más bonito verlo ir y venir, con raza, con movilidad, con alegría?. Yo así lo creo.

Decía que esperaba más, -quizá esperaba demasiado para los tiempos que corren- porque eché en falta un tranco más en las embestidas. Es verdad que había que tirar de ellos en cada muletazo, pero no se iban largos, se quedaban todos un pelín cortos, excepto el quinto, que empezó bien, pero al segundo enganchón en la muleta de Rafaelillo se desengañó y cambió por completo.

No tuvieron mala idea, fueron nobles, pero había que estar ahí, y esa fué otra de las cosas que pude apreciar en el devenir de la corrida, porque ví a Angel de la Rosa muy torero, con sus faenas sobre la izquierda muy pulcras, sin enganchones, templadas. Aunque le faltó chispa, es un buen torero,  pero le falta esa pizquita que enciende los tendidos, porque, al torear tan pocas corridas como torea hay que echarle un poco más de emoción para llegar a levantar a la gente de sus asientos.

Rafaelillo está curtido con las corridas que suele torear, que no son peritas en dulce, y claro, tiene suficientes recursos para llegar a la gente. Una buena estocada a su primero le valió la oreja. No fué tan buena la de su segundo toro, que hizo guardia.

A Tomás Sánchez sólo lo pude ver en su primero, ya que tuve que salir con prisas para coger un tren, así que no ví la faena que le valió la oreja. En su primero estuvo a la altura del toro, que no es poco.

Pero salí de la plaza con gozo hasta las entretelas, con una recarga de pilas de aficionado como hace tiempo no sentía.  Y todo fué por un puyazo. Si, por un tercio de varas como Dios manda, porque hay que ver como se picó toda la corrida. De pena. En el costillar, en la paletilla, traseros, etc. Flaco consuelo nos queda a los aficionados que nos contentamos con tan poco. Pero señores, ese "poco" fué, ni más ni menos,  hacer la suerte como se tiene que hacer.

Cierto es que Rafaelillo quiso lucir al toro y lo dejó largo. También es verdad que el toro se lo pensó un poco, pero fué eso, un poco. El picador toreó con el caballo un par de veces, echó el palo al citar y se le arrancó como un avión. Se agarró arriba, en su sitio, y el toro recargó. Nada de cariocas, de hurgar, de barrenar. No señor, un puyazo con todas las de la ley.

Y digo yo: ¿Tan difícil es hacer las cosas bien?. ¿Acaso los picadores no saben como deben ejercitar su oficio dignamente?. ¿No tienen orgullo torero que les haga merecedores de una ovación?. Estoy seguro de que, en los tiempos que corren y lo mal que se pica, una ovación a un picador, por lo extemporáneo que resulta, adquiere mayor valor. ¿Por qué entonces no se aplican para hacerlo bien.

Había que ver la cara que traía Esquivel al pasar frente a mi localidad. Estaba lleno de orgullo, hinchado el pecho, casi llorando.
¿Y eso es malo?.
Yo no suelo aplaudir nunca en los toros, y no porque no me emocione, es porque soy así. Aprecio las faenas, los momentos, un pase, un par de banderillas, un buen puyazo o una estocada, un natural al ralentí; muchas y muy variadas cosas durante la corrida, pero no aplaudo. Me surge un óle, sí, con acento en la o porque me sale de muy adentro, y es espontáneo.

Pero con el puyazo del quinto toro me salía humo de las manos durante y después, incluso cuando se retiraba del ruedo, y me gustó, y le agradecí al picador ese momento mágico que me regaló y todavía me dura.
Me levanté y le aplaudí con muchas ganas. ¡Gracias torero!.

De ahí el título de la entrada. El picador de Frascuelo, el señor Bayard,  se sentiría orgulloso de ver que todavía queda gente como Esquivel.

2 comentarios:

Amparo Gomar dijo...

Deberías escribir mas a menudo, Miguel. Peazo crónica.
Un beso

Unknown dijo...

Miguel me uno a la propuesta de Amparo.
La entrada me la guardo.
BUENÍSIMA!!!
Un placer conocerte.
Un abrazo y por favor, dale más a las teclas!!!