Querido Andrés:
Ya hace casi dos semanas que nos dejaste y todavía no logro acostumbrarme al
hecho de que nunca más nos volveremos a ver. Es duro, pero con la serenidad que
nos brinda el tiempo transcurrido es hora de ponerme manos a la obra para
contarte lo que pasa por aquí.
No significa eso que vaya a escribirte cada día, no vaya a ser que te
acostumbres y me demandes puntualmente noticias. Recuerda cuando, durante el
primero, y hasta ahora único estado de alarma que nuestros inútiles gobernantes
nos impusieron, te enviaba diariamente una copia de mi entrada del blog, y así
fue durante todo el tiempo. Porque yo conozco de tus inquietudes lectoras y
porque, ¡qué coño!, eras de los pocos que me leías. ¡Así como voy a
promocionarme!. Otras veces me pedías que te enviara algo para leer acerca de
los toros, y yo así lo hacía.
Previamente, y como dice el título de la entrada de hoy, tengo que hacer una
aclaración que considero pertinente para tener claro ciertos asuntos. Ahora es
distinto, porque la relación epistolar va a ser únicamente de ida; no voy a
recibir contestación, pero no importa; yo sé que te gustará.
Estás lejos, muy lejos; en el más allá que se suele decir, y la verdad es que
me pilla un poco a trasmano saber cuánto es esa distancia, y desconozco con
quien te juntas ahora mismo, porque sospecho que, al igual que yo, tienes (o
tenías, quien sabe) ciertas dudas sobre lo que sucede cuando abandonas la vida
terrenal. Por lo que te conozco me hago una idea bastante aproximada de cuál es
tu pensar acerca de la vida humana y su creación, pero vamos a hacer un trato
para que nadie se escandalice.
Tomaremos como punto de partida el hecho de que Dios existe, como nos enseñaron
de pequeños, y dejaremos al margen nuestras -al menos las mías- dudas. Aunque,
visto lo visto, considere que ese Dios es injusto. Así pues, y ciñéndonos a los
hechos, comienzo mi historia.
Imagino tu llegada al Reino de los Cielos de la siguiente forma:
Sonriente, quizás con cierto jet lag, que no estoy seguro de si se padece o no
en esos viajes tan especiales, al encontrarse a las puertas del Cielo con San
Pedro, como está mandado, le habrás dicho tu saludo habitual ¿Com estás...?,
como siempre has hecho, y como el hombre fue en su tiempo pescador, probablemente
la conversación habrá girado por ese lado y, no me cabe duda alguna, habrás
mentido sobre cuánto y cuán grande es lo que pescas. Pero a mí no me engañas,
puede que a él sí, porque está un poco fuera de cacho; y sino que le pregunte
también a Luís y le dará todo lujo de detalles.
Porque, no nos engañemos, eras un poco arreu para pescar, inquieto, con poca
paciencia y unas artes muy particulares que demostrabas día sí y día también.
¡Cuantas veces hemos criticado tus hechuras, tu manera de plegar la caña sin
recoger previamente el sedal, de los trastos tan curiosos que llevabas y de tu
impaciencia....!.
"Aci fá aulor a carajillo"....."¡Qué divertido es esto de la
pesca.....! "El próximo día venimos a las cuatro de la mañana...",
y otras lindezas por el estilo de tu vocabulario habitual. Pero ya estábamos
acostumbrados a tus historias, y ahora las vamos a echar mucho de menos cada
vez que vayamos a pescar. Lamentablemente.
No quiero hacerlo más largo porque volveré a escribirte para contarte cosas
terrenales. Mientras tanto cuídate, que yo ya no puedo decírtelo, como siempre
hacía.
Una cosa que se me quedaba por decir, y no me lo niegues, que te conozco.
Seguro que, para no perder la costumbre y tu idiosincrasia, le habrás dicho a
San Pedro:
"Átame un ansuelo".
Me juego el cuello.
Tu amigo.
-Miguel-
domingo, 24 de enero de 2021
CARTAS A MI AMIGO. (Preámbulo).
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3 comentarios:
Esta muy chulo Miguel.
Aso aborrona,me unisc a este homenache a un gran amik que sempre estara en el meu record, perque una persona aixina no se troba toch els dies ,un abras alla aon estiges, el teu amik Luis.
Gracias a vosotros por leerme.
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