viernes, 30 de junio de 2023

Nunca te acostarás sin saber una cosa más.

Fotografía: Jan Harenburg (CC).


Como nadie es perfecto y además, siempre estamos a tiempo para aprender, este artículo de Paco Alonso nos instruye, aunque seamos valencianos, sobre la correcta forma de cocinar nuestro plato estrella.


DE RE PAELLARIA Diccionario de la paella valenciana y otras arrocidades VOL.1

           

ARROZ CON... :Termino muy utilizado en estos tiempos para definir improvisados platos de arroz, generalmente melosos o "empastraos", que se hacen con lo que hay a mano. Realmente eso es el espíritu primigenio de la paella, aunque luego la hemos querido catalogar y encasillar, pero básicamente este plato es pura creatividad y en constante evolución.

ARROZ MELOSO DE BOGAVANTE: Arroz generalmente "empastrao" con trozos de bestia marina congelada de origen canadiense, circunstancia que sirve como excusa para soplar 30€ por ración en algunos establecimientos.

COCINERO DE PAELLAS: Generalmente hombre, ser solitario y huraño, conocedor de todo cuanto hay que saber sobre la paella pero incapaz de comunicarse con el resto de la humanidad mientras guisa. Sólo habla cuando algo le sale mal, y en ese caso es para echarle la culpa a los elementos de la naturaleza, o a otra persona que tan solo pasó por allí y miró.

DEJARLA REPOSAR: Lapsus indefinido de tiempo en el que el cocinero se encomienda a Dios y todos los santos para que aquello cambie de aspecto.

ENTERAO: Sujeto impertinente que describe círculos concéntricos sobre la paella sin dejar de dar indicaciones al cocinero de como se tienen que hacer las cosas.

GUISANTE: Verdura bastarda que emplean como ingrediente de la paella los ignorantes, indocumentados e impostores.

HIGADITO CONEJO: Manjar. Órgano del roedor que se sofríe en los compases iniciales de la paella pero que nunca aparece al final.

HOY PAELLA!: Antiguo y enorme cartel del desaparecido restaurante Casa Cesáreo en la calle Guillém de Castro en Valencia. Nunca lo quitaron. Todos los días había paella, aunque en los polígonos industriales la paella es el plato por antonomasia del jueves

LEÑA: Combustible de alta complejidad pero necesario para la cocción de una buena paella, requiere de un esclavo para mantener el control y la intensidad. La más valorada por su poder aromático es la de naranjo, aunque los sarmientos también son muy apreciados por los expertos.

LOS CLAVOS: Remaches metálicos que sirven de unidad métrica estimativa para marcar el nivel del agua a la hora de echar el arroz.

MARE PAELLERA: Señora, casi siempre mujer. Nadie como ella para cocinar una paella. en caso de duda, es la única a la que podemos acudir telefónicamente para pedirle consejo

OJÍMETRO: Virtud paranormal que han desarrollado ciertos individuos. Consiste en acertar con absoluta precisión milimétrica las medidas de arroz, sal, agua y aceite en la paella, tenga el tamaño que tenga. Usuarios avanzados.

PAELLA DE DOMINGO: Acto de fe sustituto de la misa que reúne en la mesa a una familia al completo, generalmente con resaca entre los miembros más jóvenes, y que habitualmente es cocinada por madre/suegra o abuela. Muchos varones de la familia la empiezan, pero acaban ensuciándolo todo y pidiendo ayuda a las que de verdad saben hacer una paella.

PAELLA MIXTA: Arroz con cosas destinado a los "Guiris", que suele ir acompañado de Sangría, autobús turístico de dos plantas y entrada a los toros.

PAELLA VALENCIANA: Corriente filosófica local que no comparte el resto de la humanidad, mucho más proclive a la de marisco.

Dícese también del arroz que se cocina en esta tierra bajo una serie de parámetros perfectamente homologados e implantados en el acervo popular pero que no figuran en ningún códice público o privado. Todos los intentos de homologación han fracasado y han sido polémicos.

PAELLADOR: Quita, Quita!

QUINCE MINUTOS: Fracción de tiempo equivalente a un cuarto de hora en todo estadio y dimensión espacio-temporal, exceptuando cuando cocinamos paella, ahí es impredecible.

VERDURAS (Garrofó, tabella i batxoqueta)Las tres gracias de nuestra paella, fuera de nuestras lindes pocos saben lo que son y representan.

 

 

DE RE PAELLARIA Diccionario de la paella valenciana y otras arrocidades VOL.2

 

AZAFRÁN: Especia muy nombrada por los valencianos, pero de forma inexacta. Cuando hablan de azafrán se refieren al colorante alimentario, E160e, de la marca Arco Iris o Carmencita, que tiñe de color ambarino anaranjado la paella.

CUCHARA DE PALO: Cubierto de madera cuyo uso está prohibido en los establecimientos de hostelería por el Ministerio de Sanidad, pero que se sigue utilizando clandestinamente en los restaurantes. Dicen que la paella sabe mejor.

D.O. DE LA PAELLA: Intento descabellado del político de turno, que tras una copiosa y animada comida quiere ponerle vallas al monte.

ESCLATAT: (Castellano: Pasado) Arroz sobrecocido. Está considerado uno de los mayores defectos de la paella. Se puede aceptar como causa de nulidad en el matrimonio eclesiástico, la jurisprudencia civil valenciana lo admite como prueba de divorcio exprés para cualquiera de los cónyuges.

PAELLA A LA RUMANA: Paella entre amiguetes pagada por la administración pública con final feliz, pero moralmente difícil de digerir.

PAELLA PARA LLEVAR: El rincón del vago

 

PAELLERO: Habitáculo similar a un mausoleo, generalmente chapado con cerámica de Manises, cuyo fin no es otro que servir de cobijo para el cocinero los días de lluvia y viento. Es un lugar de cenizas, mortificación y culto.

PAELLERO DE BUTANO: Artilugio que utilizan los urbanitas en el chalet para cocinar la paella. Consta de dos elementos: El difusor y la bombona. Siempre está en casa de otra persona que lo pidió prestado.

PEDAZO DE LIMÓN: Fragmento del cítrico, generalmente un cuarto, con función decorativa en la paella para aquellos que interpretan a la estrella de la gastronomía valenciana como una variante del gin-tonic. Tiene versiones ornamentales dentadas y en forma de cestita.

PICA EN FLANDES: Acto heroico consistente en cocinar una paella lejos de Valencia, sin los productos autóctonos pero con un aceptable resultado final.

 

PIMIENTO: Solanácea que provoca la ira de los comensales cuando está presente en la paella. Esto tan solo ocurre al norte del río Júcar. En las comarcas del sur está absolutamente normalizado su uso. Se le conoce también con el nombre de 'Bajoca'

ROMERO: Rosmarinus Officinalis. Planta aromática mediterránea cuya infusión en el caldo durante unos minutos le otorga rollo 'Botafumeiro' a la paella. Con ello se pretende dar un aire más sacramental y divino al arroz. 

SOFRITO DE CEBOLLA: ERROR FATAL! Reinicie la paella. En caso de persistir el problema acuda al servicio técnico oficial o a mamá.

 

DE RE PAELLARIA Diccionario de la paella valenciana y otras arrocidades VOL.3

 

Cata del Caldo: Fase de validación del segundo acto de la paella. El cocinero verifica el punto de sal siempre con una persona de su confianza que no le de asco chupar de la misma cuchara.

Cabeza del conejo: Pieza de carne presente en las paellas familiares que a todo el mundo le da repelús, y que a la hora de servir los platos siempre alguien pregunta ¿Quien quiere la cabecita del conejo? Y todos dicen: "La abuela, es para la abuela, que a ella le gusta mucho!

 

Fuego vivo: Momento de gran confusión y combustión, si es a leña puede pasar de todo. Esa es precisamente la causa por la que está prohibido hacer paellas en los montes de la comunidad valenciana.

Paella Merkel: Arroz de pobre que se elabora sin apenas ingredientes.

Paellosofía: Arte del saber y conocimiento de la Paella. Existen dos escuelas destacadas de pensamiento paellil, la "Univocista" o imperialista, trata de imponer su criterio a todas las demás formas de entender la paella, tiene su sede en la capital del reino y menosprecia con desdén otros arroces que se hacen llamar paellas valencianas. En el otro extremo está la P.A.N. (Plataforma de Arroces Nativos) que admite variedades locales y tradicionales de paellas, como se han hecho siempre.

 

Paellósofo: Creador de una corriente de pensamiento en torno a la paella. Hay bastantes, casi tantos como variedades de paellas, los más radicales y peligrosos son los de Al-Paella, tienen sus campos de entrenamiento en Sueca y Benisanó.

Paellódromo: Espacio o recinto (un trozo de calle, una plaza, un cauce seco) donde se concentran un número indeterminado de sujetos enloquecidos con sus aperos, hierros, leña y paella para competir y demostrar su valía, aunque como en la película "Los inmortales" tan solo puede quedar uno.

Rissotto Berlusconi: Arroz con puta o a la putanesca

Voreta : Línea imaginaria que subdivide la paella en raciones proporcionales al saque de cada uno. Se utiliza cuando todos comen del mismo caldero, solo en arroces secos.

DE RE PAELLARIA Manual para comer de la Paella

 

Si come de la Paella, vd. debe saber:

La paella es como una caja de quesitos en porciones.

Los jugadores están distribuidos alrededor de la paella de forma equidistante

A cada jugador le corresponde solo el quesito que tiene delante de sus narices.

El cubierto oficial del juego es la cuchara de metal o madera.

Si el jugador quiere exprimir limón en su área, deberá tener autorización verbal de sus dos vecinos, a los que procurará no salpicar.

El juego comienza cuando el macho dominante de la manada dice "Vinga que es gela l'arròs!" (Tr.: ¡Venga, que se enfría el arroz)

Si la paella está buena, el elogio al cocinero se hará de forma intermitente cada dos cucharadas durante toda la comida.

Los tropezones que hay en cada sector son propiedad del jugador titular de ese espacio. Si algún elemento integrado en su zona no es del gusto del jugador lo depositará delicadamente en el centro de la paella para que lo disfrute otro jugador.

Las piezas de carne cuando salen de la paella no pueden volver, ni por partes, ni en los huesos.

Si alguien invade el espacio de otro jugador sin permiso, será amonestado, a la segunda oirá aquello de "eres un poc fill de puta" (Tr.: Eres un poco malandrín) y tendrá que pagar los carajillos.

Se entiende que un jugador abandona, cuando apoya la cuchara en el borde del caldero y dice "Estic fart, ja no puc més!" (Tr.: Estoy harto, no puedo más) En ese momento su zona queda franca y puede ser ocupada.

Queda terminantemente prohibido girar la paella para acceder a otro punto donde aún queda arroz.

Si la paella baila alguien deberá coger del asa para estabilizarla. El/los jugador(es) que se ocupen de este cometido recibirán elogios del resto, que se emplearán a fondo para mantener siempre llena la copa de vino del esforzado estabilizador durante toda la comida.

Cuando se toca hierro con la cuchara, en las postrimerías de juego, los valencianos se enfrentan al "Socarrat", es un momento glorioso donde el nerviosismo cunde. El frenesí es tal, que aquello parece a una prospección petrolífera. Los que no participan en el festín deben relajarse y esperar el postre.

La partida acaba cuando los jugadores se retiran o ya no queda nada en el caldero, señal indiscutible que estaba buena o había mucha hambre.



 

 


Muy interesante.

Fotografía: Jan Harenburg (CC).


No me toques la paella

Cuentan los viejos del lugar que hubo una vez un chiringuito en el que se sirvió un plato de paella que no maridaba langostinos y pollo. Eso fue hace mucho mucho tiempo, en una galaxia muy lejana.

Aún hoy perduran los bares playeros setenteros donde se atenta contra el plato valenciano más internacional que ha habido y habrá, y que se ha convertido en la verdadera enseña nacional, superando himnos y banderas. En este tipo de restaurantes malditos se siguen sirviendo las mal llamadas paellas, que desafían los principios básicos del maestro cocinero valenciano. Porque, que quede claro desde el principio, es cocinero, no cocinera. La paella la hace el macho alfa de la manada. Nadie más. El macho de mayor rango es reconocido por la familia como el auténtico paellero, el único que tiene derecho a cocinar la paella para el resto de la tribu. Solamente en su ausencia, y por razones más que justificadas, el joven macho que aspira a ser maestro en temas paelleros tendrá la osadía de intentar emular al ascendente dominante. En el momento mágico de la cata, el resto del clan reconocerá las habilidades aprendidas por el aspirante, pero loarán, no sin cierto pudor, la paella que hubiera, o hubiese realizado, el macho dominante ausente.

Pero empecemos por el principio. La paella se llama paella. Es decir, el utensilio donde se cocina. El plato toma el nombre del propio recipiente, que significa «sartén» en valenciano. Si el cocinero oye la palabra «paellera» con total seguridad un escalofrío recorrerá su espalda, y tal vez una mirada compungida señalará a aquel que haya osado no llamar las cosas por su nombre.

La paella se cocina siempre a leña. Hacerla con gas es bajar a los infiernos. Si por alguna razón la vida te pone en la tesitura de cocinar una paella a leña, el «paellero», nombre técnico que reconoce al cocinero de la paella (pero también al lugar donde se cocina), tiene la obligación de mencionar, aunque sea de soslayo, que como las paellas a leña no salen ningunas. En ese momento es lícito recordar, con lágrimas en los ojos y el corazón encogido, el walk of fame de las mejores paellas que albergue nuestra memoria. Todas a leña, por supuesto. En lo tocante a la leña, todo buen maestro paellero sabe, conoce y reconoce, que la mejor paella se hace con leña de naranjo. La medalla de plata es para el limonero, y luego no hay nada. Un enorme vacío que no permite usar otra leña que no sea la endémica de los cítricos que pueblan las cálidas costas valencianas. Una especie de nihilismo leñero que nos encoge el alma. Aunque todo buen paellero usará aquella leña de la que disponga sin criterio alguno, pero con un recogimiento y un silencio que no podrá ser perturbado con la mención de la leña de naranjo o de limonero, en su defecto.

El principio de una buena paella es el nivelado. Es el momento en que un maestro paellero se la juega, como en las distancias cortas. El aceite debe de quedar exactamente en el centro de la paella. No centrar el aceite es el inicio del desastre, el principio del fin, el apocalipsis, el omega. En Valencia se han levantado altas torres, y alguna ciudad futurista, con menor precisión con la que se nivelan las paellas. Lo primero es lo primero.

Los ingredientes de la paella no se discuten. Dos verduras esenciales e innegociables, impertérritas y sempiternas, eternas y constantes. Garrofón y judía verde. A la judía verde nunca se la llamará judía verde. Se la llamará bajoqueta (pronunciado «bachoqueta»), aunque se hable en castellano. Este es un código transmitido desde la noche de los tiempos, y verbaliza uno de los máximos mandamientos de la paella: desconfiarás de aquel que llame a la bajoqueta judía verde. Esa gente no es de fiar. Un maestro paellero sabe que no está en Valencia si alguno de los comensales hace el manido chiste en el que llama «garrafón» al garrofón, con mención implícita o explícita a los combinados alcohólicos. En ese preciso momento toda la tristeza y toda la nostalgia caen como un jarro de agua fría sobre el paellero, que no se reconoce entre sus iguales, sintiendo una punzada en el corazón y un desánimo en su espíritu. La tercera en discordia, el bronce de las verduras, es la alcachofa. Todo lo que traspase estas líneas rojas pasa sin solución de continuidad a la paella de chiringuito. Cualquier otra verdura hará que al maestro paellero le suban las pulsaciones, se ponga rojo de ira o le dé un síncope, especialmente cuando aparecen los temidos pimientos, guisantes o cualquier otra verdura inventada por el demonio en el peor de sus delirios malignos.

La carne es pollo y conejo. Ya está. Si tus ancestros son habitantes de la Albufera, entonces se permitirá la licencia de poder añadir focha, un ánade endémico de la laguna dulce valenciana. No existe más allá y, sobre todo, no podemos transgredir la frontera del cerdo. Una paella pierde su nombre cuando el marrano aparece por la puerta. Un maestro paellero debe renegar del uso de las costillitas de cerdo, que se reservan para otro de los arroces del olimpo valenciano, el arroz al horno.

Al paellero le acompaña en la ceremonia cierta fauna variada que rodea al fuego mitológico donde se cocina la paella. Debe existir, y si no no se puede completar el rito atávico de la paella, el tocapelotas. Cada grupo que se organiza en torno a una paella debe tener designado, aunque sea de forma tácita, un tocapelotas, que debe ser reconocido por el resto de la tribu paellera. Su obligación es realizar indicaciones periódicas sobre cómo él (este es un juego de machos) haría la paella, y cuáles son las objeciones esenciales al plato que se está cocinando. Entre su inventario de quejas puede elegir entre el orden de cocinado de los ingredientes, el nivel de agua en la paella o el punto de sal una vez servida en la mesa. Se aconseja que el tocapelotas intervenga entre tres y cinco veces durante la realización de la paella. Superar ese número de interrupciones puede considerarse molesto, y le acerca al riesgo de no ser invitado a la próxima paella.

Hay un momento en que los machos del grupo se reúnen en torno a la paella para realizar la ceremonia del hígado frito. Mandan los cánones que el maestro paellero sacará el hígado cocinado del conejo y se lo ofrecerá a uno, máximo dos individuos, del grupo que se sabrán reconocidos por el cocinero como aquellos a los que se tiene mayor aprecio, aquellos a los que el maestro los reconoce como sus iguales, aquellos que pueden entender los entresijos ocultos del rito esencial de la paella. No hay mayor honor que el cocinero te ofrezca el hígado. Y hay que reconocerle el gesto, porque de lo contrario el resto de la tribu desconfiará del individuo que haya mostrado su rechazo ante tamaño presente.

Sabe el valenciano que el arroz no se echa de cualquier forma a la paella. Hay dos modalidades aceptadas por la Real Academia de la Paella, que no existe, pero que habita en el imaginario de todos y cada uno de los auténticos comedores de paella. A saber: en caballón y en cruz. No a puñaos, no sin criterio. No somos bárbaros. Existen unas reglas no escritas pero fijadas innatamente en el intelecto del cocinero valenciano, y que se reconoce en todas las eras de la arqueología de la paella.

Todo buen valenciano sabe que la auténtica paella se cocina con agua procedente de Valencia. En el hipotético caso de que se tenga que cocinar la paella fuera de las lindes regionales, el maestro paellero estará obligado por su honor a transportar tantas garrafas de agua de Valencia como sean necesarias para el óptimo cocinado de la susodicha paella. Si algún neófito cuestiona tal principio se balbuceará alguna frase inconexa sobre la dureza del agua, sin necesidad de apelar a los socorridos grados franceses.

Otro momento cumbre es la corrección del punto de sal. Solo puede haber un elegido. Un escudero que comparta la extrema responsabilidad del punto de la paella. No puede ser cualquiera. Debe ser otro macho alfa maestro paellero, tal vez de menos rango, pero curtido en mil batallas paelleras, que sepa reconocer o predecir con precisión de quiromante si a la paella, una vez lista, le faltará sal. No hay momento más emotivo para el maestro paellero si ante el ofrecimiento de la cuchara humeante su homólogo asiente con un gesto silencioso, aunque condescendiente.

El clímax ocurre cuando la paella se deposita en la mesa. Los machos se agolpan rodeando el tótem paellero, del que comerán directamente, aunque con una serie de reglas que no pueden ser violadas o trasgredidas. Las mujeres y los niños, como si de un barco se tratase, deberán resignarse a comer «en plato». Los más altos honores se reservan para el maestro paellero, que escogerá arma y lugar para el duelo al atardecer. Dos utensilios se reconocen como verdaderos y únicos: la cuchara de madera y el tenedor. En este orden de pureza. Será el cocinero el que indique el momento de empezar a comer, el que dé el pistoletazo de salida, el que ofrezca el Corpus Christi. Hasta ese momento nadie osará profanar la magna obra realizada. Y entonces podrán comenzar la comilona el resto de integrantes del evento paellero, quienes, esté como esté la paella, deberán realizar toda mezcolanza de gestos, palabras y gruñidos de los que sean capaces, con el objetivo único y sublime de alabar la paella, destacando sus virtudes y ocultando sus defectos.

El valenciano de bien sabe hasta dónde puede comer en la paella. Sabe que se come en su área de influencia, siempre de fuera hacia adentro, del perímetro al centro, y que aproximadamente le corresponde medio radián de la circunferencia. Y sabe que es necesario dejar un muro de arroz que servirá de frontera inexpugnable para los comensales que tiene a ambos lados, quienes, si son unos auténticos gentlemen de comer paella, nunca osarán derrumbar o traspasar. Si el muro de Berlín se hubiese erigido en Valencia con arroz de paella todavía seguiría allí. Lo sabemos todos.

Pero hay normas no escritas que ningún valenciano revelará nunca, aunque seamos pasto de las más diabólicas torturas o de los más suculentos chantajes. Todo valenciano sabe que solo se come paella en Valencia, y que ese es su cielo en la tierra. Todo lo que sea traspasar las fronteras de la terreta es garantía de no poder degustar una auténtica, verdadera, genuina paella valenciana. Si alguien dice que ha comido una buena paella pongamos en Murcia, lo miraremos con la ternura del padre que mira al niño con el mundo por descubrir, y que todavía tiene mucho por aprender.

El sublime y único placer de la realización de la paella nunca alcanzará los chiringuitos playeros o los restaurantes más consagrados. Tal vez se pueda comer una buena paella en algún reducto marinero, pero la liturgia de la paella tiene sus sacerdotes consagrados, sus monaguillos pinches y algún que otro hereje al que perseguir sin descanso.

Buen provecho.


sábado, 10 de junio de 2023

¡Quiero ser contertulio!



Estoy en Cullera. No son todavía las doce de la noche, la hora de las brujas, pero falta poco y, como suele ser costumbre, es la hora en la que mis ideas llegan a la cabeza, siendo imposible, a pesar de que mi esposa me lo recrimina, que tenga que escribir lo que bulle en mi cabeza.

Estoy en la terraza del apartamento que tengo junto con mi madre, es decir, en nuda propiedad para los más enterados, y sopla una brisa del mar que me hace sentirme en la gloria, si es que, como tal, existe. Comoquiera que es bastante improbable que me toque una Primitiva que haga variar sustancialmente mi vida, esta es la mejor manera que tengo de disfrutar de lo tangible, de lo que dispongo sin necesidad de esperar quimeras bastante difíciles de llegar a ser una realidad.. Y por eso, porque me encuentro tan a gusto con este silencio, este bienestar, esta calma que solo encuentro aquí, no puedo sustraerme a pensar en cosas, buenas y malas, accesibles o inalcanzables.

 Últimamente andan las cosas bastante alteradas, sea por la guerra de Ucrania, que es la que parece tener la culpa de todo, como anteriormente la tuvo la Covid-19 -¿o quizás todavía la tiene?-, y en los medios no hacen más que repetir hasta ser cansinos, que la cosa va bien, que somos los más guapos de Europa, los que menos problemas tenemos y los que no hemos de quejarnos de nada, porque otros están peor. ¡Ja!.

 Eso dicen por ahí, veas la televisión que quieras, todo son personajes, ¿o debería decir personajillos?, que opinan sobre lo divino y lo humano sin apreturas, sin pararse a pensar en lo que dicen, con tal de llenar el espacio que les dispensan en las distintas cadenas y periódicos.

Lo cual me hace preguntarme con pena si equivoqué mi oficio, que no citaré por simple y normal, en lugar de haberme dedicado, con algún apoyo, a opinar. En definitiva, que quiero ser contertulio, palabra esta que aglutina a personajes de diversa especie, todos humanos, eso si, que se dedican a acudir a diario al set de televisión llámese X para largar sin reparos sobre los temas que allí se debaten, o también, si no se es tan afortunado, a escribir unas pocas líneas en una colaboración diaria -con suerte- o semanal en algún medio escrito.

 Y digo que me gustaría porque me siento capaz de decir tantas incoherencias como ellos sin ser tan mediático, y llevármelo crudo día a día, aceptando incluso que me lo remuneraran a mes vencido, da igual. Porque, a poco que se preste atención a su "trabajo", se da uno cuenta rápidamente del hecho incuestionable de que opinar y emitir sentencias resulta fácil, máxime cuando se habla todos a la vez, cuando no se respetan los tiempos ni los turnos, cuando se trata de ver quien la tiene más grande o es más maleducado, más alto despotrica o menos deja hablar a los demás.

  Más cenutrio, en suma.

 Y a pesar de eso, a pesar de ir contra mis principios, porque yo, al contrario de Groucho Marx que decía: "Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros", y debiendo de costar mucho el hecho de tenerlos que cambiar, a pesar de eso me reitero en añorar ser uno de esa especie, porque me daría la oportunidad de expresar cosas que a la mayoría de la gente les están vedadas porque sí, porque no disponen de los medios que tiene ellos para, al menos tener el derecho de réplica, para poder objetar que no se está de acuerdo con lo que dicen o lo que se piensa, porque es muy fácil, y no le quito mérito, estar en una posición que algunos se han ganado, bien sea por sus propios oficios o quien sabe porque, y sentirse por encima del bien y del mal para, desde su atalaya, hablar de lo que quieran de la actualidad o de lo pasado, y que, cuando alguien disiente de algún modo, o por alguno de los pocos recursos disponibles, expresa su discrepancia, tardan bien poco en machacar la disonancia con mayor o menor agresividad, sabiendo que no es posible la réplica, porque no hay medio alguno de hacerlo y porque, ¡hasta ahí podíamos llegar!, enmendar la plana a la estrella que tanto brilla.

 Y eso sin hablar de lo que económicamente redundaría en mi economía, porque, a pesar de que mi señora esposa intenta cada semana que nos toque la Primitiva, ni por esas, con lo cual debemos de seguir con lo que el destino ha dispuesto para nosotros que, sin ser malo, podría ser mejor, que duda cabe, aunque probablemente, como dice mi amigo Pepe, si me tocaran muchos millones en la lotería, mi vida sufriría una transformación para nada aconsejable -eso dice él, como se nota que es abogado- pero a mí, aunque solamente fuera ya en mi cercana tercera edad, no me disgustaría probarlo.

 Aunque me equivocara.

 Tantas veces lo he hecho en esta vida.

 -MiguelitoNews-