Querido Andrés:
Ya lo sé, no hace falta que me lo recuerdes; te tengo un poco desatendido de un tiempo a esta parte, pero es que hay poco que contar, y además, lo poco que hay es malo. Es lo que tiene la pandemia esta y, por si fuera poco, las elecciones de la Comunidad de Madrid, que tiene tela.
Te parecerá frívola esta carta si la comparas con las anteriores, pero la vida, mi vida, sigue. Para bien o para mal sigo aquí, y si, sigo echándote mucho de menos, no creas. Cuando voy a almorzar en Cullera y me siento de cara al patio de tu apartamento, parece que estoy esperando verte salir, con tu paso cansino, reposado. Y no es así. Nunca llegas.
Los psicólogos en general y tal vez alguno más dicen, muy sesudos ellos, que como consecuencia de la pérdida de alguien querido se pasa un proceso de duelo que tiene diferenciadas partes. Y, aunque yo no soy muy amigo de creer como una verdad absoluta en lo que dicen, sí que es verdad que he pasado por alguno de ellos.
A saber: la negación, que se juntó con la ira y la depresión, tres por uno, como en el Carrefour, que yo soy muy bruto y lo pasé a la vez, con un dolor que no había sentido hasta ahora, ni siquiera cuando murió mi padre; porque una cosa es esperar que sucedan siguiendo el orden natural de la vida, y otra muy distinta es lo tuyo.
Hasta hace poco me costaba muchísimo contener las lágrimas en ciertos momentos especiales en los que parece que había un hueco muy grande por llenar. Cuando voy a pescar, cuando, como el otro día fui a almorzar con Luís al bar Hugol en el que sirven el bocadillo enorme, y recuerdo tu cara de sorpresa cuando nos lo pusieron en la mesa y tú, como de costumbre, vaciaste el contenido en el plato.
Volviendo al tema del duelo, parece ser que ahora estoy en el proceso de aceptación porque, amigo mío, la vida sigue, y con ella sus alegrías y también sus miserias. ¡Qué le vamos a hacer…..!. Y eso no implica que caigas en el olvido, porque siempre estarás ahí. No me lo tengas en cuenta.
No quiero pensar en este verano, cuando no estés para traernos los tomates, los pimientos, las sandías; todo lo que siempre has compartido con tus amigos, porque disfrutabas haciéndolo. Toda generosidad. Pero el sol seguirá saliendo todos los días, menos los que salga nublado, por supuesto, y tú, espero, nos verás desde tu atalaya privilegiada y, no me cabe duda, también disfrutarás cada vez que nos recuerdes.
En mi memoria estarán siempre los buenos momentos que compartimos. Eras más que un amigo y tu recuerdo me acompañará hasta el día en que podamos volver a pescar entre las nubes.
Porque nadie muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde o piense en él.
Y yo lo hago todos los días.
Tu amigo.
-Miguel-
P.D.- La foto que encabeza esta entrada, a buen seguro que la recordarás y te hará reír. Los dos sabemos por qué.