Querida Charo:
Hace poco que te has marchado, unas horas, y ya pesa el vacío que dejas, porque son muchos los años que nos conocíamos y muchas también las cosas que hemos compartido. Mucho nos hemos reído juntos, porque no es igual reírse de alguien que hacerlo con alguien, aunque sea a costa de uno mismo, como pasaba contigo cuando empezabas y no parabas con tus múltiples dolencias; unas tal vez inventadas (recuerda que te planteaste tener próstata) y otras reales.
Y resulta que, después de eso, a traición te agencias una sin querer que ha podido contigo, a pesar de no desearla ni estar de acuerdo con ella. Pero así es la vida, y la muerte, que no se escoge; que a cada uno le llega la fecha que tiene programada desde que nace y poco se puede hacer para cambiar el curso natural de las cosas.
Te has ido rodeada de tu familia, de la gente que te quiere, de tus más íntimos, porque así lo has querido y así lo respetamos, a pesar de que me hubiese gustado despedirme de ti como es debido. Y ahora he de recordarte cada vez que me siente en una mesa con la familia, con la tuya y la mía, y me pregunte: ¿Quién se tiene que sentar al lado de mi silla…….?. Como habitualmente era, como siempre que esto ocurría recurría a la broma de quejarme porque nuevamente me tocabas tú.
Y ahora te echaré de menos. Añoraré que interrumpas las conversaciones, que mantengas un monólogo cruzado de extremo a extremo de la mesa contando tus cosas, a pesar de todo. Que digas “gilipollón” cuando se te contradiga, pero sobre todo envidiando tu buen humor, tu falta de maldad aunque se metan contigo; porque eras así, una buena persona. Nada más.
Todas las muertes no se sienten igual, aunque parezca mentira porque al final siempre es alguien el que falta, y yo siento mucho la tuya, me causa un gran dolor hacerme a la idea de que ya está, de que no se puede hacer nada más. Siento rabia por la impotencia de ver pasar el tiempo y desvanecerse poco a poco las esperanzas, por recordar la última vez que nos vimos, por el último beso que te di al despedirnos y el que me hubiera gustado darte en tu adiós.
Pero recordaré siempre los buenos momentos que vivimos, que disfrutamos en compañía. Recordaré el olor a merluza frita en el avance de la tienda de campaña en aquel viaje por el norte; aquel pestazo que nos acompañó durante esa acampada en los Lagos de Enol, entre cagadas de vaca por todas partes. ¿Te acuerdas….?. De Arantxa buscando un sitio para mear en plena montaña. ¡Qué risas….!. Eso es lo que nos quedará; porque hemos de conformarnos con lo bueno, con lo bonito, que para lo malo siempre habrá tiempo.
No soy de creer en Dios, ni en el infierno ni el paraíso. Prefiero pensar en las buenas personas y en las malas. Por eso, cuando hace poco más de un año perdí a mi mejor amigo, me creé un espacio intemporal, incorpóreo, en el que me comunico a menudo con él mediante cartas como esta, en la que recordamos todo lo que vivimos. Así pues, en ese espacio estará él y voy a pedirle que te encuentre para que cuide de ti y tú, a la vez, lo hagas de él, porque a los dos os quiero mucho.
Se llama Andrés, y haréis
buenas migas, estoy seguro, porque ambos sois unas buenas personas y os vendrá
bien contaros vuestras cuitas. El era fontanero y músico a la vez; una persona
divertidísima y con miles de anécdotas que, sin duda, te contará. Y te hará reír.
Y yo, desde aquí me alegraré de que así sea y os envidiaré un poco. Y eso me
hará feliz. Y te pido, os pido a los dos, que me guardéis un sitio a vuestro lado para cuando volvamos a vernos.
Y finalmente quiero darte un regalo de despedida: mis lágrimas por haberte perdido. Pero no temas, parece un postre que no va a necesitar que te pinches insulina, porque las lágrimas son saladas y no te harán daño. Al contrario, espero que te sirvan para comprender lo mucho que te he querido.
Lo mucho que te quiero.
Y te recordaré, puedes estar segura.
Porque nadie muere del todo mientras haya alguien que le recuerde.
Tu “cuñao”.
-Migue-
Valencia, 1 de Mayo de 2022.