martes, 21 de noviembre de 2023

Mi chiquitín.

Tengo que aprender a levantarme cada mañana, hoy ha sido el primer día, cuando me despierte por mí mismo, no al escucharte cuando, con un gañido, me llamabas desde el marco de la puerta de la habitación, sin importarte ni la hora ni el día, para reclamar tu primer paseo matutino. A toque de diana.

Tengo que girar la cara para no buscarte encima del sofá cuando entro en el comedor, porque ya no estarás nunca más. Todo estirado y cómodo esperando la frase que te hace ponerte en marcha para lo que sea. Para lo que sea que hayamos decidido tus dueños, porque para lo que te interesaba a ti no había que repetir nada. Tú mismo decidías lo que querías hacer; para eso eras el amo de la casa.

He de entrar en la cocina sin sobresaltos, saltando por encima de tu cuerpo para no pisarte, porque estás tumbado en la misma puerta esperando a que Montse termine de hacer la papada que se está friendo para el arroz al horno, o quizás para obtener tu tributo en forma de chorizo o mejor, de queso, que siempre pensamos que eras un híbrido entre perro y ratón, por lo que te gustaba. Y siempre, invariablemente obtenías tu premio.

Tengo que retroceder cuando, tras subir de tus paseos, me dirijo invariablemente al bote de los premios, para darte tu parte. Ya no encuentro al que lo demanda sin protestar, simplemente esperando, eso que sabías hacer tan bien. Y te funcionaba a la perfección.

Hablo en presente, pero lo hago en nombre de Montse, como puedes suponer, y lo hago así porque es la única forma que encuentro para dar salida a esa pena tan grande, a ese dolor que me causa físicamente tu pérdida. No hago, no hacemos, nada más que llorar, porque todo nos recuerda a ti. A cada paso que damos, a cada cosa que nos encomendamos nos lleva a pensar en ti. “Esto lo hacía Manolo”. “Esto le gustaba mucho a Manolo”, y así todo el día.

Ayer y hoy han sido, y continúan siéndolo, dos de los días más duros de mi vida; los más penosos. También los de Montse, que pasaba mucho más tiempo contigo que yo y, por lo tanto, la falta que le haces es mayor si cabe. Y llora, y sufre tanto o más que yo. Y María, que no ha podido ir hoy a clase por el pesar que tiene. Ni ella ni nosotros hemos podido dormir esta noche. Estás dentro de nuestras cabezas.

Esta mañana, en el desayuno, no hemos podido probar bocado; tal es el estado de ánimo que nos impide comer, porque ha sido ver Montse el   croissant que cada día compartía contigo para venirnos abajo. Han sido muchos años con las mismas rutinas día tras día, y eso no se puede superar si no es con tiempo. Y no poco, me temo.

Todo pasará, sin duda, aunque nos llevará tiempo.

Pero también tenemos que acordarnos de todos los buenos momentos que nos diste, que no fueron pocos, y recordar, de ese modo, lo bien que lo pasabas compitiendo en carreras alrededor del parque con otros perros, sin que te ganaran la partida. Nunca, hasta que fuiste haciéndote mayor. Como disfrutabas en la playa, cuando te llevábamos a correr por la arena tras la pelota. Lo poco que te gustaba el agua, por cierto. No sólo la del mar o río, en los que tenías que entrar y no querías, sino también cuando había que bañarte, que era ver la manguera y empezar a temblar; igual que hacías al subir al coche; y nunca te acostumbraste.

Cuando, tras tu última salida por la noche, subías y le lamías los pies a Montse; una de tus escasas manifestaciones de cariño a las que nos acostumbramos, porque éramos conscientes de que no te gustaba tampoco que te hicieran muchos mimos, con excepción de cuando te tumbabas estilo bacalao boca arriba y bien despatarrado, para que Montse te hiciera cosquillas en la barriga, porque, de lo contrario le dabas con la patita para que no se olvidara.

Hemos de acostumbrarnos a que nada volverá a ser igual porque faltas tú, y echaremos mucho de menos no tropezar contigo, que siempre esté en medio cuando más lío hay en la cocina. Que no te tengamos que decir: “Chiquitín, tu no bajas ahora”, cada vez que salíamos a la calle; porque te apuntabas a todas y salías deprisa para ver si había suerte.

Y, en definitiva, cuando la pena no sea tan grande y nos vayamos acostumbrando a no tenerte a nuestro lado, entonces, querido amigo, nos daremos cuenta de la enorme suerte que tuvimos. Tú con nosotros y, sobretodo, nosotros contigo.

Que en el paraíso de los perros encuentres a tus amigos, a Luna y a Thais, que te estarán esperando para corretear entre nubes de algodón y que, en tu memoria estemos nosotros, como tú estarás siempre en la nuestra.

Descansa en paz, chiquitín.


-Montse y Migue-


lunes, 20 de noviembre de 2023

Manolo.

No hace ni media hora que te has ido, que nos has dejado sumidos en la pena, la enorme pena que, ahora mismo, no tiene consuelo. Te has ido tranquilo, con nuestro último abrazo y beso, aunque no seas una persona, pero rodeado de la gente que te ha querido. Que te quiere y siempre te querrá. Plácidamente, sin dolor, que no hace falta sufrirlo ante la evidencia de lo que no tiene remedio. Cogido con nuestras manos, la de Montse y la mía.

La gente que no tiene perro no puede comprender como se llega a querer a un animal; mucho más que a algunas personas. Hay que vivirlo. Te lloro más que lloré a mi hermano; a mi padre, aunque suene mal, pero es la pura verdad. Son sentimientos contradictorios porque parece antinatural anteponer un perro a una persona, máxime si es de la familia.

Pero tú eras nuestra familia; tú eras uno más, bastante más que algunos; y te hemos querido desde el fondo de nuestro corazón, desde muy muy adentro, y te vas sabiendo, en tu perruna inteligencia, lo que has significado para nosotros; con sus alegrías y sus penas, con su servidumbre y sus preocupaciones.

Has tenido una buena vida y asimismo hemos querido que tuvieras una buena muerte, sin sufrimiento, sin alargar lo que no tiene remedio. Te he mirado fijamente a los ojos varias veces en tu última hora. He visto en ellos la nobleza que siempre has tenido; hasta el final. Ni un mal gesto, ni una queja. Tu mirada doliente por culpa de lo que tenías, de lo enfermo que te has puesto en un momento. En un puto momento. ¿Quién lo iba a decir hace poco?.

Dejas un vacío enorme en casa, en tu casa que es la nuestra. Estamos recogiendo tus cosas, tu comedero, tu bebedero, el pienso que no has llegado a terminar, los premios que cada vez que bajabas a la calle demandabas con un gesto conocido y aprendido. Tu manta, la sábana que cubre tu cama, que es la nuestra, el cubre sofá, la manta que te abrigaba en los inviernos. Todo eso desaparecerá como lo haces tú. No nos va a hacer falta más.

Solamente nos quedamos con tu collar. Ese collar con el que te sentías desnudo cuando, por tenerte que bañar, te lo quitábamos un momento. Hemos querido que lo llevaras puesto hasta el final para que no lo echaras de menos hasta que te durmieras. Ese será tu recuerdo físico, que no el real, ese que nos acompañará para siempre y nos alegrará unas veces, cuando recordemos hechos pasados contigo, y nos llenará los ojos de lágrimas otras, como ahora mismo, que es imposible dejar de llorar.

Fuiste un buen perro; un muy buen perro. Poco amigo de dar lametones o muestras de cariño, pero tú eras así, y no se te podía pedir más. Generoso con otros animales y con algunas personas. Quisquilloso últimamente, quizás por la edad, que no era excesiva, pero ya ibas siendo un poco mayorcito. En pocos días empezaste a sentirte mal, pero ni una queja salió de tu boca, aunque te notábamos más triste de lo habitual. Ahora sabemos el motivo.

Ya no volverás venir a primera hora de la mañana demandando tu primera salida a pasear, a olisquear todo lo que te rodeaba, a hacer tus cositas. Tampoco vendrás por la noches, como si tuvieras un reloj interno que te avisara, que nos avisara de tu hora mágica, más o menos sobre las once, para tu última salida y tu último pís del día. Ya no reclamarás con descaro que te deje mi sitio, tu sitio, en el sillón, y ya no podré yo decirte la cara tan dura que tienes.

Hemos recogido montones de pelo cada vez que barríamos por las mañanas. Cantidades increíbles que, sin embargo, ahí estaban día tras día. Recordaremos lo que te ha costado siempre viajar en el coche; lo que te asustaba, a pesar de que nunca te mareaste ni cosas por el estilo. Tu imagen saltando a coger el frisbee como un atleta, que llamabas la atención de todo el mundo cuando te veía. El poco aprecio que Llonga sentía por ti, con lo bueno que eras.

Va a ser muy difícil hacernos a la idea de que ya no estás con nosotros. Ahora mismo el dolor es enorme, pero pasará, es ley de vida, y estamos seguro que tú, en el paraíso de los perros nos recordarás con cariño y sabrás que siempre procuramos lo mejor para ti. Nunca estuviste desatendido. Incluso nos sentíamos mal cuando íbamos a comprar y te dejábamos un rato solo. A ti tampoco te gustaba; nos echabas de menos, como pensando que te íbamos a abandonar; como quizá te pasó a ti cuando te dejaron en la calle con tres meses.

Te escribo esta carta de despedida con todo el dolor de mi corazón, pero tiene que ser ahora, cuando duele, cuando el sentimiento es más puro, cuando no me puedo hacer a la idea todavía. Siempre estarás en nuestros corazones, a pesar de que, cuando llegaste, yo estaba remiso a acogerte, porque sabía el sacrificio que supone, la obligación que conlleva tener un perro al que hay que atender, al que hay que cuidar y querer. Sobre todo querer, porque para ejercer una dominación y una sumisión ante el amo no estamos hechos. Eso lo dejo para la gente que no tiene corazón y, por el contrario, un evidente compejo de inferioridad.

Mi última imágen, la que siempre guardaré en lo más profundo de mi corazón es la de tus ojos.

Los que quise cerrar con mis manos cuando te fuiste, y quedaron abiertos.

Mirándome.

Con todo nuestro cariño.

P.D.- Manolo no ha muerto. Está durmiendo en nuestros corazones.