Tengo que aprender a levantarme cada mañana, hoy ha sido el primer día, cuando me despierte por mí mismo, no al escucharte cuando, con un gañido, me llamabas desde el marco de la puerta de la habitación, sin importarte ni la hora ni el día, para reclamar tu primer paseo matutino. A toque de diana.
Tengo que girar la cara para no buscarte encima del sofá cuando entro en el comedor, porque ya no estarás nunca más. Todo estirado y cómodo esperando la frase que te hace ponerte en marcha para lo que sea. Para lo que sea que hayamos decidido tus dueños, porque para lo que te interesaba a ti no había que repetir nada. Tú mismo decidías lo que querías hacer; para eso eras el amo de la casa.
He de entrar en la cocina sin sobresaltos, saltando por encima de tu cuerpo para no pisarte, porque estás tumbado en la misma puerta esperando a que Montse termine de hacer la papada que se está friendo para el arroz al horno, o quizás para obtener tu tributo en forma de chorizo o mejor, de queso, que siempre pensamos que eras un híbrido entre perro y ratón, por lo que te gustaba. Y siempre, invariablemente obtenías tu premio.
Tengo que retroceder cuando, tras subir de tus paseos, me dirijo invariablemente al bote de los premios, para darte tu parte. Ya no encuentro al que lo demanda sin protestar, simplemente esperando, eso que sabías hacer tan bien. Y te funcionaba a la perfección.
Hablo en presente, pero lo hago en nombre de Montse, como puedes suponer, y lo hago así porque es la única forma que encuentro para dar salida a esa pena tan grande, a ese dolor que me causa físicamente tu pérdida. No hago, no hacemos, nada más que llorar, porque todo nos recuerda a ti. A cada paso que damos, a cada cosa que nos encomendamos nos lleva a pensar en ti. “Esto lo hacía Manolo”. “Esto le gustaba mucho a Manolo”, y así todo el día.
Ayer y hoy han sido, y continúan siéndolo, dos de los días más duros de mi vida; los más penosos. También los de Montse, que pasaba mucho más tiempo contigo que yo y, por lo tanto, la falta que le haces es mayor si cabe. Y llora, y sufre tanto o más que yo. Y María, que no ha podido ir hoy a clase por el pesar que tiene. Ni ella ni nosotros hemos podido dormir esta noche. Estás dentro de nuestras cabezas.
Esta mañana, en el desayuno, no hemos podido probar bocado; tal es el estado de ánimo que nos impide comer, porque ha sido ver Montse el croissant que cada día compartía contigo para venirnos abajo. Han sido muchos años con las mismas rutinas día tras día, y eso no se puede superar si no es con tiempo. Y no poco, me temo.
Todo pasará, sin duda, aunque nos llevará tiempo.
Pero también tenemos que acordarnos de todos los buenos momentos que nos diste, que no fueron pocos, y recordar, de ese modo, lo bien que lo pasabas compitiendo en carreras alrededor del parque con otros perros, sin que te ganaran la partida. Nunca, hasta que fuiste haciéndote mayor. Como disfrutabas en la playa, cuando te llevábamos a correr por la arena tras la pelota. Lo poco que te gustaba el agua, por cierto. No sólo la del mar o río, en los que tenías que entrar y no querías, sino también cuando había que bañarte, que era ver la manguera y empezar a temblar; igual que hacías al subir al coche; y nunca te acostumbraste.
Cuando, tras tu última salida por la noche, subías y le lamías los pies a Montse; una de tus escasas manifestaciones de cariño a las que nos acostumbramos, porque éramos conscientes de que no te gustaba tampoco que te hicieran muchos mimos, con excepción de cuando te tumbabas estilo bacalao boca arriba y bien despatarrado, para que Montse te hiciera cosquillas en la barriga, porque, de lo contrario le dabas con la patita para que no se olvidara.
Hemos de acostumbrarnos a que nada volverá a ser igual porque faltas tú, y echaremos mucho de menos no tropezar contigo, que siempre esté en medio cuando más lío hay en la cocina. Que no te tengamos que decir: “Chiquitín, tu no bajas ahora”, cada vez que salíamos a la calle; porque te apuntabas a todas y salías deprisa para ver si había suerte.
Y, en definitiva, cuando la pena no sea tan grande y nos vayamos acostumbrando a no tenerte a nuestro lado, entonces, querido amigo, nos daremos cuenta de la enorme suerte que tuvimos. Tú con nosotros y, sobretodo, nosotros contigo.
Que en el paraíso de los perros encuentres a tus amigos, a Luna y a Thais, que te estarán esperando para corretear entre nubes de algodón y que, en tu memoria estemos nosotros, como tú estarás siempre en la nuestra.
Descansa en paz, chiquitín.
-Montse y Migue-