miércoles, 20 de noviembre de 2024

El recuerdo.

Hoy no hubiese querido de ningún modo escribir esta entrada en el blog, porque hoy hace exactamente un año que nos dejaste con la pena que todavía llena nuestros corazones. De repente, inesperadamente cambió tu vida, y con ella la nuestra. Estuviste con nosotros muchos años, aunque viéndolo ahora nos parece que fueron pocos, porque te seguimos echando de menos. Mucho. Y todavía me acuerdo de ti demasiadas veces, porque eso me hace llorar sin consuelo, pero tu memoria continúa viva en esta casa, la que fue también tuya.
He querido recordarte, a pesar de que nunca te he olvidado, pero no quiero hacerlo muy largo porque la pena es muy grande, así que te mando un abrazo de parte de toda la familia, aunque se que no eras muy dado a las caricias, pero es lo que me gustaría hacer en persona, de modo que acéptalo con todo nuestro cariño.
Continúas durmiendo en nuestros corazones.
Para siempre.

viernes, 15 de noviembre de 2024

No nos lo merecemos.

 

Hace casi cinco años que escribí mi primera entrada en el blog sobre el tema del Covid-19 y todo lo que trajo consigo. En el día de San Patricio, patrón de los irlandeses y al  que le rezan con fervor cada noche, antes de dormir, los miembros del consejo de administración de la empresa Guinness,  ese día, iba diciendo, fue el inicio de una serie que duró más de lo que hubiera deseado, y así, cada mañana, tras bajar a mi perro a pasear (cuando se podía) y desayunar, me ponía manos a la obra.

Hoy retomo la cuestión a toro pasado para ver si consigo encontrar alguna explicación medianamente razonable a lo que pasó y, consecuentemente, a lo que quedó. A recordar lo vivido y, sobre todo lo oído, que tuvo tela. A ver lo que se acostumbraba  a hacer y las mentiras que nos contaban, diferentes de las que nos cuentan ahora, que tampoco hay que exagerar y llegar a pensar que el des-gobierno (todavía en el poder, lamentablemente) se ha vuelto bueno de repente. La única pena, la mayor de todas es que ya no tengo perro a quien sacar a pasear. Mi querido Manolo hará una año este mismo mes que nos dejó.

Y en esas estamos cuando, de repente y sin avisar, me parece que comienza una nueva serie de engaños para mantenernos despiertos e ilusionados con nuestros queridos gobernantes. Me refiero a la enorme catástrofe acaecida hace unos días en mi querida Valencia, ahora inundada en muchos, demasiados municipios por el tsunami que nos llegó a través de barrancos, principalmente el del Poyo que desemboca en la Albufera. Las imágenes de las diversas cadenas de televisión muestran la enorme voracidad de las aguas desatadas, que arrasan con todo lo que encuentran a su paso, sin respetar bienes ni, lamentablemente, vidas humanas.

La desinformación inicial, algo comprensible en los primeros momentos de todas las tragedias, siembran el desconcierto y el miedo en los ciudadanos, y luego, cuando queda tiempo para pensar más detenidamente es cuando la magnitud se hace visible. Cualquier persona con dos dedos de frente quiere pensar que cuando se inunda un garaje subterráneo en un centro comercial no solamente se destruyen vehículos, o eso creo yo pensando mal, porque me cuesta muchísimo asimilar lo que oigo por parte de las autoridades. Y digo esto entendiendo que no es muy aconsejable atemorizar a la población porque sí, que bastante tiene ya con capear el temporal, pero de ahí a negar la mayor en cuanto al número de fallecidos y/o desaparecidos hay un largo trecho lleno de matices.

Ahora resulta que todo el mundo, o casi todo, que tampoco hay que exagerar, piensa o se da cuenta, o reflexiona o pone sus ideas en orden con respecto a creerse o no todo lo que se nos contó cuando lo del Covid-19, con sus "expertos" día tras día dándonos la brasa principalmente con el número de muertos, que yo ni me lo creí entonces ni lo hago ahora, porque simplemente no interesaba que se supiera, algo así como los archivos clasificados que todo gobierno tiene en el cuarto oscuro. Así pues, y ya que personalmente he visto ciertas zonas, pisado bastante barro y contabilizado montañas de coches unos encima de otros, así como cientos de enseres y muebles en las puertas de las casas, no me trago lo que quieren que me trague.

Con el tiempo nos irán dorando la píldora con las ayudas, donaciones del estado, caras preocupadas y cosas así hasta que muy pronto se pasará página, y entonces no moverá tanta audiencia en los telediarios y será más rentable ver los programas del corazón. Qué duda cabe, mucho más instructivos. No es necesario esforzarse mucho para recordar ciertas tragedias ocurridas hace poco y preguntarse, por ejemplo, si los del terremoto de Lorca o los afectados por la erupción del volcán de la Palma han cobrado, todos ellos o la mayoría, lo que nuestro querido des-gobierno prometió en su día. Me van a conceder el beneficio de la duda, por favor.

 Un gobierno que gobierna, valga la redundancia, mediante decretos ley salta a la vista que muy de fiar no es, cuando impone contra todo y contra todos su ley, tanto si te gusta como si no, y así nos va, contemporizando, que diría aquel; esperando a las próximas elecciones que ni están cerca ni se les espera adelantadas, para volver a votar lo mismo, porque el cerrilismo es así y la estulticia gana terreno cada día más entre los ciudadanos que no se dan cuenta, o no quieren hacerlo, de que nos la están metiendo doblada. Valga como ejemplo el señor Donald Trump, un expresidente de unos de los mayores países del mundo, con permiso de los chinos, que a pesar de estar procesado o imputado o lo que sea un montón de veces, y las que le quedan en la recámara, vuelve a ser elegido. Mi no saber.

Mientras tanto seguimos viendo como nadie quiere asumir parte de la culpa, que digo yo que alguien será responsable, al menos en la parte que le toca, pero no, nadie se moja y se lava las manos en el barro (es una comparación horrible) para que otro cargue con el muerto (otra vez, no aprendo) y hacer "pasapalabra" mientras se mira hacia otro lado. El presidente autonómico valenciano está de comida (de trabajo, eso sí) mientras se desencadena la tragedia y alarga la sobremesa entre chupito y chupito supongo, que para eso tiene los asesores y personal subalterno al loro de lo que pasa. Lo que pasa es que el agua no espera y arrasa. Porque corre demasiado deprisa, dirán, pero es lo que tiene el agua desbordada.

La delegada del gobierno desconozco lo que estaría haciendo en esos momentos, y doña Teresa Ribera, vicepresidenta tercera del gobierno (hay que ver) y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico del Gobierno de España, vaya que no sé lo que es pero parece ser  lo que anteriormente se conocía como ministerio del medio ambiente, además de directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales debía de estar preparando las oposiciones para entrar de comisaria europea en Bruselas, porque parece ser que no llega a fin de mes y claro, no se le podía molestar. Otrosí, como se diría en lenguaje jurídico, el máximo responsable, quiera o no quiera, que para eso va incluido en su sueldo, y me refiero al presidente de la nación, sí, ese que en su día criticó al entonces presidente Rajoy porque no había visitado la zona cuando las inundaciones del Ebro, ese señor, como iba diciendo, estaba, a su vez en la India paseando en un coche descubierto al que le tiraban montones de flores y negociando para ver si se traía a Bollywood a España, mientras su señora era agasajada como si fuera la inquilina del Taj Mahal. 

Entre todos la mataron y ella sola se murió, que decía mi abuela.

Y yo sigo, junto con mi amigo, recogiendo día tras día todos los trastos, basura, barro, animales muertos y cosas así que el tsunami nos dejó y echando en falta las cosas que se llevó de su campo, anegado, destrozado, con lo que había empezado a sembrar ahora ahogado, con los motores eléctricos y las mulas mecánicas inservibles, mientras vemos la cara de sinvergüenza que esgrimen unos y otros mintiendo sin reparos, prometiendo lo que saben de sobra que no van a cumplir, como antes hicieron y volverán a hacerlo en un futuro. Y da rabia, os lo aseguro. Valencia no se merece esto que está sucediendo. Ahora también le toca a Málaga, por desgracia; a Huelva, a Cádiz. Suma y sigue. Demasiado trabajo para el que no tiene ganas ni intención de acometerlo.

A lo mejor, o a lo peor, a todos aquellos que se han quedado sin coche, además de sin casa, sin dinero, sin familiares, sin  las fotos de su vida, sin hijos incluso, a lo mejor, repito, les valdrá aquello de "si quieren ayuda que la pidan".

Entonces, sin demora, pondrá a su disposición el helicóptero y el Falcon.

Para echar una mano.

 

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Mi tierra huele a muerte.

Mi tierra huele a muerte. La noto cuando paso por la carretera cerca de los campos inundados, echados a perder porque, aunque vivo en la ciudad y no he sido afectado por las aguas, no dejo de reconocer la magnitud de la tragedia. Y huele, sobre todo, a desolación en las calles, a desencanto en las casas, en las familias, a desesperación por no poder abarcar con las manos, las suyas y también las de los otros, las de los que ayudan en silencio, sin preguntas, todas ellas llenas de barro.

Y también huele a más cosas que comienzan por “des”, como por ejemplo huele a la desidia de las autoridades, de los responsables de que la cosa funcione y no ha funcionado. Al desamparo que les queda, que nos queda, cuando observamos cómo se pasan la pelota de unos a otros; como aquellos se lavan las manos que ni siquiera se han visto manchadas con el lodo y que estos, los que sí, no pueden quitárselo de las suyas. Porque algunos, muchos, no tienen agua, o hace poco que les ha regresado a las casas y, a duras penas, calentando el agua en un microondas si tienen la “suerte” de contar con electricidad, o si el “tsunami” no se les llevó también la bombona de gas, al final del día, de ese día al que le pides más de veinticuatro horas para poder seguir luchando, le pueden robar alguna para, al menos asearse un poco, para quitarse de la piel el olor a mierda.

A desconcierto por no saber que más les puede pasar cuando todavía se anuncian fuertes lluvias, porque no pueden perder más de lo que ya han perdido, aunque conserven la vida - ¡qué paradoja; es lo poco que les queda! -, y miran de reojo al cielo entre paletada y paletada de cieno, cada día más apestoso, resbaladizo, traidor. A deshonor de los políticos que no hacen otra cosa que intentar salvar el culo para poder seguir asentándolo un día más, un año más, una legislatura más en sus secos y mullidos escaños, mientras aquí, en mi tierra, se despiertan –también con “des”- cada noche sobresaltados, insomnes, derrotados, los que lo han perdido todo. Los que únicamente tienen en su horizonte una mañana más, la siguiente, para acometer de nuevo la enorme, desagradable tarea de limpiar su casa, su calle, su pueblo, y sacar más y más enseres que van, inexorablemente, a la basura; coches al desguace, con la desconfianza y la incertidumbre de cara a las aseguradoras.

Y también huele a desfachatez; la que tienen y de la que presumen ciertos –muchos- personajillos, que no personas, que no buscan más que unos segundos de gloria por si acaso alguna cadena de televisión los entrevista; que se manchan mínimamente las botas de agua que han comprado para la ocasión con el objetivo de hacerse un selfie empuñando una pala o una escoba y hacer como que ayudan, cuando lo que se persigue es salir en el Pronto o que les den unos likes de más en sus redes sociales. Alimentar su ego a costa de los demás. Luego, enseguida, a casita, que huele a caca y me pongo hecho unos zorros.

A despotismo, el mostrado por quien se supone el máximo representante de la ciudadanía, de la nación, –“si quieren ayuda que la pidan”- cuando se le demanda auxilio, cuando las personas enterradas en el barro, ahogadas bajo el agua, claman con sus desesperados gritos sin voz, cuando los que afortunadamente todavía pueden hablar lo hacen, aunque sea con la boca pequeña, y solo reciben la chulería y la autosuficiencia de quien se cree por encima del bien y del mal. Qué vergüenza y, a la vez, que desvergüenza la mostrada sin ruborizarse siquiera. ¿Qué esperaba al venir a Valencia muchos, demasiados días después? ¿Que le dieran un besito en la boca…..?. Por guapo. A desafío, al que hizo el pueblo frente a los caballos de la policía. ¿Era necesario?. Al rey nunca le hubieran hecho nada, eso seguro, por mucho que le gritaran, por mucho barro que volara la cosa no iba con él. El problema era las malas compañías que se había agenciado; nada recomendables en esos momentos. La gente normal lo respeta, sean monárquicos, republicanos o lo que les dé la gana, pero no se les puede pedir contención ni que callen los exabruptos cuando se tiene la ropa mojada, los pies fríos y la boca caliente. No hacía falta la carga de caballería; quizás si acaso para “proteger” al que ni siquiera respeta a su rey.

Pero siempre nos quedará la desinteresada ayuda de todos aquellos que han venido a mi tierra a echar una mano, o las dos. A toda esa juventud a la que nos habíamos acostumbrado a tipificar como pasotas, como que la cosa no les atañe y nos han dado una lección a muchos, empezando por mí, porque no les auguraba nada bueno ni para su futuro ni para el nuestro por su falta de implicación en el mundo que les ha tocado vivir. Tal vez me equivoque y me deje llevar por el momento, pero siempre estoy a punto de rectificar. De momento no puedo por menos que darles las gracias por todo lo que han hecho y siguen haciendo cada fin de semana; por los quilos de barro que les han ahorrado quitar a los vecinos implicados; por el agua repartida, por la comida entregada a los que no podían siquiera salir de su casa por tener un coche, o dos, o tres, frente a su puerta.

El destino, que también empieza por “des” hace que mi tierra sea proclive a este tipo de desgracias, ya repetidas varias veces, sea por su situación geográfica o por la conjunción de acontecimientos que en ella se aúnan; porque es muy agradable bañarse en las aguas calentitas del Mediterráneo hasta casi finales de año, pero tenemos la contrapartida de lo que esto supone meteorológicamente hablando, porque crea estas catástrofes. Todo no se puede tener.

Mi tierra huele a muerte ahora, pero volveremos a percibir el aroma del azahar la próxima primavera, cuando las penas sean más lejanas, cuando volvamos a levantarnos como hemos hecho otras veces, porque no nos queda otra. La vida sigue.

Tiene que seguir. Al menos para los que quedamos.

Los que han desaparecido nos lo demandan.