Hoy quiero hablar de las personas. Llevo todos estos días anteriores hablando de los políticos y ya es hora de cambiar de tercio, de hablar acerca de nosotros.
Salgo a la calle como cada día para pasear a mi perro y, dando un vistazo a mi alrededor observo el vacío, la soledad del parque otras veces tan concurrido; los otros paseantes de perro en la distancia, más o menos corta pero, en general reacios a la aproximación.
De todos es sabido que pasear a un perro lleva, casi siempre, a establecer una conversación, un acercamiento y un cambio de impresiones mientras los animalitos se huelen el trasero, que es como se conocen. Hay quien dice también que es una manera de ligar, o lo era antes del Tinder y cosas por el estilo. Pues bien, retomando el tema solamente hay que fijarse en las calles y nos recordará alguna de esas películas catastróficas, de aniquilación humana, del fín del mundo en definitiva, en las que el protagonista, con o sin perro, deambula por una ciudad vacía, medio en ruinas, con todos los comercios cerrados o abiertos, pero desiertos.
Eso me ha pasado a mi esta mañana, y no me gusta. La gente, al menos la gente de bien, está en sus casas observando la norma establecida por el gobierno con el fín de atacar al COVID-19 e impedir su propagación, cosa que hoy por hoy está resultando casi imposible.
Salgo lo justo, a comprar alguna falta al supermercado más cercano, a tirar la basura y a pegar un vistazo a mi coche, que lleva parado ya dos semanas. Y nada más.
Cada día que pasa tengo más ganas de que termine la pandemia para poder besar y sobre todo abrazar a mis seres queridos, a mi madre y hermano, darles un achuchón a mis hijas y nietas, oler su pelo -siempre lo hago- sentirme dentro de la manada. Echamos de menos las cosas más sencillas de la vida cuando no las podemos tener, y nos hacen falta. Ya lo creo. Luego, cuando ya es imposible, lamentamos no haber dado aquel beso, no haber dicho te quiero más veces, haber perdido la ocasión.
Tengo un par de amigos con los que me reuno cada domingo para ir a pescar o no, pero echamos las cañas y pasamos el rato. Luego vamos a almorzar y a echar unas risas con las cosas de siempre. Nada del otro mundo. Diversión de la gente normal. Pues bien, con este encierro obligado nos comunicamos de vez en cuando por Whatsapp y nos conjuramos para que, cuando el puñetero bicho se haya ido de vacaciones, reunirnos nuevamente, extraordinariamente y celebrarlo por todo lo alto. Darnos un abrazo, cosa que no hacemos habitualmente, -solo estrechamos nuestras manos- pero ahora no, ahora se impone más cercanía, una demostración palpable de nuestra amistad.
No puedo acabar sin pasarme al lado oscuro. Es un apunte mínimo relacionado con nuestros gobernantes. Chapeau para la ministra Margarita Robles, la única, parece ser, que pone los puntos sobre la íes al señor Torra, afeando sus impertinecias, su insolidaridad y sus memeces.
Dejémonos de medias tintas, de dorar la píldora y llamemos a las cosas por su nombre. Torra es un terrorista. Sin más.
Y para finalizar, he oído y leído algo parecido a que se va a priorizar la asistencia a los afectados en función de su esperanza de vida, de su edad y/o de su posibilidad de superar la enfermedad. De un triaje, en definitiva.
Y eso, aunque se haga realmente, no se debe decir para no aumentar la angustia de la población.
Además de que está muy feo.
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