Parafraseando el "Decíamos ayer..." de Fray Luís de León, saltó la noticia.
¿Podría ser una maniobra de distracción que nos haga pensar en otra cosa?. Podría ser. En peores plazas hemos toreao. Y por eso esta entrada especial.
Existe entre algunos la teoría de la conspiración, en la que solamente se ven maldades, engaños, desvíos, y cosas por el estilo; y la verdad es que, en ocasiones, han tenido visos de realidad. Pero a lo que vamos.
El rey Felipe, su padre, el también rey Juan Carlos; en definitiva todos los habidos y por haber, y por extensión las casas reales y toda la parentela lo son por nacimiento. ¡Que cosa, fíjate!. Han tenido la extraordinaria suerte de nacer entre algodones y sedas cuando, por una broma del destino podían haberlo hecho en una humilde choza de barro y ramas en Somalia, por poner un ejemplo.
O en mi casa. O en la tuya. Tampoco hay que llevar las cosas al límite.
Y por eso, porque nunca agradecerán lo bastante ese importante hecho, por eso se deben a la servidumbre que conlleva el título. Porque los reyes son, no lo olvidemos, personas como nosotros, o deberían serlo. Físicamente son como los demás, con sus peculiaridades, y como tales tienen las mismas necesidades, apetitos y ansias.
¿Nos hemos parado a pensar, siquiera por un momento en el día a día de ellos?.
Obvio es decir que, como todos, o casi todos, tienen que ir al wáter. También los reyes, si. También el Papa. ¿Duermen con pijama o en ropa interior. O quizás desnudos?. ¿En qué se diferencian pues de nosotros?. ¿En que no tienen que ir al supermercado a arrasar con el papel higiénico?. Porque también lo gastan, no os quepa duda.
A veces les duele la cabeza, u otras partes del cuerpo. Y tienen sus obligaciones representativas del cargo que ostentan. Aunque se aburran. Nobleza obliga. También nos aburrimos de nuestros trabajos el resto de los mortales, y no tenemos las prerrogativas que tienen ellos, ni los políticos, dicho sea de paso.
Y también, teniéndolo todo, quieren más. Es humano y hasta cierto modo comprensible; está en la naturaleza del ser humano. No tienen bastante. Es verdad que todos, también ellos, tienen un precio, visto lo visto, y la verdad es que si te ponen cerca de la nariz cien millones de euros, o de pesetas, o de dólares, elegid vosotros; es muy goloso, por muy rey que se sea.
¿Qué haríamos nosotros en su lugar?.
Pero según nos cuenta Plutarco acerca de Julio César, éste se divorció de su esposa Pompeya con un argumento simple pero definitivo: "La mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino además, parecerlo". Y esta máxima es aplicable aquí.
La inviolabilidad del rey, el aforamiento de los políticos son privilegios extemporáneos en los tiempos que vivimos, y en ocasiones como estas parecen insultantes, a pesar de que siempre son discriminatorias. Y nos cabreamos. Por lo menos yo. Aunque haya gente que les exima de responsabilidades.
¡Pobrecitos!.
Pero las cosas se pueden cambiar. Las leyes deben revisarse y adecuarse. Igualar, en la medida de lo posible, a la ciudadanía, la cual, aunque nunca estará al mismo nivel, sencillamente porque no todos nacemos iguales, no apreciará ese muro tan enorme entre dos primates en una comunidad.
Que es lo que básicamente somos.
Solamente nos diferencia la inteligencia.
Se supone.
¿Podría ser una maniobra de distracción que nos haga pensar en otra cosa?. Podría ser. En peores plazas hemos toreao. Y por eso esta entrada especial.
Existe entre algunos la teoría de la conspiración, en la que solamente se ven maldades, engaños, desvíos, y cosas por el estilo; y la verdad es que, en ocasiones, han tenido visos de realidad. Pero a lo que vamos.
El rey Felipe, su padre, el también rey Juan Carlos; en definitiva todos los habidos y por haber, y por extensión las casas reales y toda la parentela lo son por nacimiento. ¡Que cosa, fíjate!. Han tenido la extraordinaria suerte de nacer entre algodones y sedas cuando, por una broma del destino podían haberlo hecho en una humilde choza de barro y ramas en Somalia, por poner un ejemplo.
O en mi casa. O en la tuya. Tampoco hay que llevar las cosas al límite.
Y por eso, porque nunca agradecerán lo bastante ese importante hecho, por eso se deben a la servidumbre que conlleva el título. Porque los reyes son, no lo olvidemos, personas como nosotros, o deberían serlo. Físicamente son como los demás, con sus peculiaridades, y como tales tienen las mismas necesidades, apetitos y ansias.
¿Nos hemos parado a pensar, siquiera por un momento en el día a día de ellos?.
Obvio es decir que, como todos, o casi todos, tienen que ir al wáter. También los reyes, si. También el Papa. ¿Duermen con pijama o en ropa interior. O quizás desnudos?. ¿En qué se diferencian pues de nosotros?. ¿En que no tienen que ir al supermercado a arrasar con el papel higiénico?. Porque también lo gastan, no os quepa duda.
A veces les duele la cabeza, u otras partes del cuerpo. Y tienen sus obligaciones representativas del cargo que ostentan. Aunque se aburran. Nobleza obliga. También nos aburrimos de nuestros trabajos el resto de los mortales, y no tenemos las prerrogativas que tienen ellos, ni los políticos, dicho sea de paso.
Y también, teniéndolo todo, quieren más. Es humano y hasta cierto modo comprensible; está en la naturaleza del ser humano. No tienen bastante. Es verdad que todos, también ellos, tienen un precio, visto lo visto, y la verdad es que si te ponen cerca de la nariz cien millones de euros, o de pesetas, o de dólares, elegid vosotros; es muy goloso, por muy rey que se sea.
¿Qué haríamos nosotros en su lugar?.
Pero según nos cuenta Plutarco acerca de Julio César, éste se divorció de su esposa Pompeya con un argumento simple pero definitivo: "La mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino además, parecerlo". Y esta máxima es aplicable aquí.
La inviolabilidad del rey, el aforamiento de los políticos son privilegios extemporáneos en los tiempos que vivimos, y en ocasiones como estas parecen insultantes, a pesar de que siempre son discriminatorias. Y nos cabreamos. Por lo menos yo. Aunque haya gente que les exima de responsabilidades.
¡Pobrecitos!.
Pero las cosas se pueden cambiar. Las leyes deben revisarse y adecuarse. Igualar, en la medida de lo posible, a la ciudadanía, la cual, aunque nunca estará al mismo nivel, sencillamente porque no todos nacemos iguales, no apreciará ese muro tan enorme entre dos primates en una comunidad.
Que es lo que básicamente somos.
Solamente nos diferencia la inteligencia.
Se supone.
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