Otro fín de semana más de encierro, aunque en realidad poco cambia con respecto al lunes o a cualquier día de la semana, pero parece que el sentimiento es distinto, como que da más rabia el tener que estar encerrado. El único consuelo es que está el día lluvioso y triste -más triste- y eso ayuda un poquito. Creo yo.
No
sé si alegrarme o qué, porque por primera vez en más de un mes parece ser que
ha descendido la cifra que a diario nos conmueve y sólo han
habido 410 fallecidos, y eso son 155 menos que ayer. Ha llegado un momento en
nuestro mundo en el que estamos acostumbrados a que cada fín de semana la
carretera se lleve un buen puñado de víctimas, y no le prestamos ningún interés
porque es usual, casi es como un tributo que hay que pagar.
Entre
la noticia del alargamiento del cierre para la hostelería, la prolongación
hasta mediados de Mayo de la cuarentena y la suelta de los niños, tengo
una empanada mental que no me aclaro. Ya comenté que me parece prematuro dejar
salir a nadie, ni niños ni mayores antes de tener la confirmación de que la
pandemia está a niveles que permiten hacerlo, porque corremos el riesgo de cagarla.
Como suena.
Hoy
he vuelto a contactar por Skype con mi hija mayor y la he podido ver junto a
mis nietas un ratito, que es una de las pocas alegrías que tengo. Ella aguanta,
como todos, con el agravante de que tiene dos niñas muy pequeñas encerradas en
casa, y las ideas para mantenerlas mínimamente ocupadas se acaban.
Ayer
volvió Pedro Picapiedra a aburrir al país con su comparecencia habitual. Yo no
quise ni verlo por no cabrearme más ni escuchar tonterías. Ya paso de todo.
Entre las mismas noticias a toda hora en televisión y prensa, entre el show de los
payasos de la tele y las tontás de algún ministro esporádicas no hacen
más que aburrirme, así que prefiero no verlos.
Me
aburro, me aburro y me aburro. El ordenador pide clemencia, el Wi-Fi echa humo.
Hoy debería estar en Cullera, como cada fín de semana habría ido con un par de
amigos a pescar un rato, o al menos a intentarlo, que es lo que sucede con
demasiada frecuencia. Y después a almorzar juntos, la excusa perfecta de los
que no pescan nada pero que justifica el hecho de sacar las cañas a pasear.
Echo
mucho de menos esto, y más que lo echaré porque los bares tardarán en abrir,
pero espero por lo menos volver a ver a mis amigos y darnos un abrazo.
Nos
llevaremos el bocadillo bajo del brazo y la cerveza del Mercadona.
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