El hecho de estar tantos días confinado me lleva a pensar más de la cuenta y a considerar ideas que puedan parecer raras, pero es lo que tiene, porque tiempo es lo que sobra. De hecho, una de ellas se parece a la teoría de la conspiración de mi hija, que es bastante proclive a creer en algunas.
Me
paro a pensar e intento recordar y agrupar a toda, o casi toda la gente que
conozco, incluida familia y amigos, y llego a una conclusión demoledora: no
tengo constancia de que ninguno de ellos esté contagiado, haya pasado la
enfermedad o haya muerto como consecuencia de ella. Y eso que puede parecer
difícil se demuestra real, al menos en mi caso, porque es fácilmente
constatable.
Extrapolando
este dato me extraña que tanta gente caiga víctima de la enfermedad,
simplemente porque hablo con otras personas y a ellos les pasa lo mismo, no
conocen, por regla general, a nadie con el COVID-19, aunque eso no oculta la
realidad y el hecho de que la cifra última haya sido de 399 fallecidos.
Además
me sorprende conocer el número diario de contagiados, que generalmente va en
aumento, y mi pregunta es: si la mayoría de las personas siguen la cuarentena
encerrados en sus casas, saliendo lo mínimo posible a las calles, ¿cómo se
transmite la enfermedad de unos a otros si casi no tenemos contacto?. Porque
puedo entender que si hay masificación o un intercambio de transmisión por vía
física: roce, abrazo, beso, etc. pues es comprensible.
Así
debe pasar en las residencias de ancianos, pero no parece tener la misma
incidencia en las prisiones, en los cuarteles del ejército, en los parques de
bomberos, en las comunidades religiosas. ¿Cual es pues el secreto?. ¿Por qué
tiene menos incidencia en los niños?. Debo decir que, afortunadamente, hay
ciertos sectores que presentan menor mortalidad y hay que alegrarse por ello,
pero no deja de ser curioso.
Desconozco
si algún día se podrán sacar conclusiones de la pandemia que nos sirvan como
aprendizaje, como experiencia para el futuro, pero ahora lo prioritario es
seguir manteniendo el aislamiento, aunque nos pese, simplemente para seguir
vivos y libres del bicho. Es muy duro, cada día más y me hace pensar en cosas
que normalmente no pienso.
Cuando
comience la desescalada (vaya con la palabreja) empezaremos a tener datos que
nos digan si mejoramos o, por el contrario, al romper el aislamiento la
población se contagia más o los que han pasado la enfermedad vuelven a recaer.
Hay que recordar que no disponemos de ninguna vacuna ni sabemos si la tendremos
algún día, por lo que hay que actuar con mucha cautela, sin precipitaciones,
sin presiones. Con conocimiento y cabeza fría.
Nos
va la vida en ello.
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